lunes, 4 de junio de 2012

Renovación de marcas gráficas

No es un tema si subjetividad o de gusto, es un tema de profesionalismo. La disciplina del diseño o la comunicación se rige por normas, teorías y características mínimas.

En estos últimos meses se han renovado algunas marcas gráficas como: cristal, pepsi, nuestra Universidad y últimamente el  gobierno de chile.
La marca gráfica masivamente conocida como logotipo y técnicamente como isologo o imagotipo, es el lenguaje más universal para representar una marca, empresa o institución y su mensaje debe ser inequívoco y uniforme a todos sus consumidores o usuarios.
Dentro de las características para que estas imágenes sean eficientes están:
1.- Sintética: elementos justos y necesarios. Decir mucho con lo mínimo. Más con menos.

2.- Pregnante: capacidad de fijarse y perdurar en la mente del receptor. Impacto visual y emocional. Debe llamar la atención.

3.- Clara: evitar confusiones en la comunicación. Minimizar las interpretaciones. El mensaje lo más claro posible.

4.- Original: distinto a lo competencia para diferenciarse.

5.- Adaptable: funcionar en distintos soportes (web, impresos, etc.)  Flexible y adaptable (perdurara a través del tiempo)
6.- Perdurable: debe resistir el paso del tiempo

Lo ideal sería que nuestra imagen de marca la pudiéramos mirar unos segundos y fuera fácil de recordar, fácil de reproducir y económica en todo sentido, con unas cuantas líneas y colores poder  integrarla en cualquier lugar en cualquier material, debería poder tallarla fácilmente, plotearla, estamparla, pintarla sobre una muralla, quemarla sobre una madera, etc.

De acuerdo a las antes mencionadas, ¿cuáles creen que cumplen con la mayoría de estas condiciones?

domingo, 22 de abril de 2012

¿Se puede caminar y mascar chicle?


Lunes, Abril 26th, 2010
Por Jessik Fuentes
Habitualmente ocupo esta pregunta, y la respuesta depende de las circunstancias. Cuando manejo y mi copiloto entabla un diálogo, trato de concentrarme y, finalmente, apago la radio para escuchar y responder debidamente. En este caso, no puedo hacer dos cosas a la vez. Quizás, como alguien me ha dicho, esto signifique que tengo problemas de déficit atencional.

Frente a esta limitante, tiendo a admirar la capacidad de los jóvenes de hoy para realizar varias cosas a la vez, especialmente cuando de tecnología se trata.  Cuando están en clases,  en la sala de estaciones de trabajo MAC, algunos de mis alumnos son capaces de revisar correos, escuchar música, conversar con sus compañeros presenciales y también chatear con sus amigos virtuales ¡y con varios a la vez!  Hay otros que, además, contestan mensajes del celular. En la jornada vespertina, hay que agregar café, obviamente, porque después de una larga jornada laboral los alumnos necesitan energía para terminar el día. Seis o siete actividades simultáneas y, al parecer, perfectamente coordinadas.
Como alguna explicación científica debe haber, busqué en la literatura especializada por estas particularidades que presentan una mayoría de nuestros estudiantes de educación superior. Veamos algunos comentarios puntuales.
El doctor Etienne Koechlin afirma, que no es posible para el cerebro humano dedicar atención focalizada en dos objetivos de forma simultánea. La salvedad de que alguien pueda cocinar mientras habla por teléfono, es que una de dichas tareas está conformada como hábito, es decir, su ejecución es automática, mecánica, ausente de concentración. Esto me confirma que para mí, conducir un auto todavía no es un hábito.
Según lo anterior, nuestros alumnos han convertido el manejo tecnológico en un hábito, aspecto que no debería extrañar si consideramos que viven con la tecnología desde la cuna y que conocen la disposición de los tableros de computación casi de forma innata. Muy pocos se sorprenden hoy día por el manejo experto de niños de 4 o 5 años de edad con los trackpad y los controles de los videos juegos.
La psicología del desarrollo tiene otra visión sobre estas conductas, al presumir que la etapa adolescente, producto de su pensamiento inmaduro, dispersa la concentración de cualquier objetivo, por lo que no hay una ejecución académica responsable en medio de seis o siete actividades simultáneas y que, finalmente, y ¡por supuesto que siempre muy tarde! deben recurrir a preguntarme dos o tres veces, qué deben ejecutar en sus MAC. David Elkind, un investigador de los adolescentes y sus comportamientos, asegura que esta distracción no es del todo tan involuntaria, pues les permite justificar una cierta incapacidad que públicamente no desean reconocer.
Resultan interesantes todos estos estudios, pero opino que como docentes, debemos dar una mirada más detenida a esta situación que debe repetirse con frecuencia en muchos laboratorios computacionales.
Para mí sería muy provechoso tener mayor claridad, así evitaría tropezarme o morderme la lengua.

¿Vocación o liderazgo?

Jueves, Mayo 20th, 2010
Por Jessik Fuentes
El tema lo puso Don Francisco en su reciente visita a nuestra institución, con motivo de la ceremonia de inauguración del Año Académico de nuestra Facultad. Ante la pregunta si un buen profesor requiere tener liderazgo, el invitado respondió que, en su opinión, lo más importante de todo educador es la vocación. Su respuesta fue apoyada por un pintoresco relato sobre un maestro rural que recorría diariamente varios obstáculos para llegar a cumplir su abnegada labor.

La respuesta del comunicador me quedó rondando la cabeza, pues pienso que se trata de dos caras de una misma moneda, y que, en consecuencia, ambas se necesitan de forma mutua.
Cuando uno busca textos relativos a la vocación, y, en especial a la vocación docente, se encuentra con una larga reseña de inspiración romántica, en lenguaje casi poético. Por ejemplo, Ortega y Gasset la define así: “Esta llamada que a un tipo de vida sentimos, esta voz o grito imperativo que asciende de nuestro más radical fondo, es la vocación. En ella le es al hombre, no impuesto, sino propuesto, lo que tiene que hacer. Y la vida adquiere por ello, el carácter de la realización de un imperativo”. Otro bloguero escribe: “El ser maestro se lleva en la sangre, no cabe duda. La vocación se respira, se palpa, se siente. Da igual la materia…. lo que importa es el deseo que se tiene de que el “alumno” o “discípulo” aprenda. Así la paciencia brota automáticamente, pues cada segundo se recuerda que siempre hubo una primera vez, y siempre los comienzos necesitan de comprensión.
Es inevitable sentir ese calor en el pecho al ver que colaboramos con otro ser, otra persona, ver que crece, se anima y evoluciona. Ese calor en el pecho al saber que hemos colaborado en ese proceso “. Casi por arte de magia, aparece en mi mente el recuerdo de mis profesores de educación básica de la Escuela N° 88 de la localidad de Rosario Lo Solís, actualmente llamada Litueche, un pueblito enclavado en la cordillera de la costa, de la Sexta Región.
Tiene mucha razón Don Francisco, pues tener vocación implica varios compromisos. Primero, con los alumnos que necesitan la figura presente y paciente de su formador; luego, con su institución, que le brinda los recursos materiales para llevar adelante su tarea; y, finalmente, consigo mismo, al responder en coherencia con su íntima misión de vida.
Pero no lo es todo. Y aquí voy a dar vuelta la cara de la moneda. Es obvio que sin vocación, un docente no es sino un educador de papel, que pasa contenidos, cumple horarios y cobra sus honorarios profesionales. Pero un docente, por mucha vocación que tenga, por mucho calor en el pecho que sienta en el salón de clases, poco conseguirá si no reúne las condiciones que demanda un liderazgo pedagógico.
Dinamismo, conocimiento y variedad metodológica. Ese trío del liderazgo, en mi opinión, no puede estar ausente en un buen formador educativo.
La mayoría de nuestros alumnos precisan “encantarse” en el aula. Requieren de un profesor que cree una atmósfera de que ahí “algo está pasando” y que no es cualquier cosa. Ese algo es movido, es participativo, es cooperativo, es casi histriónico, es novedoso. En nuestros tiempos, los estudiantes se encuentran en un mundo de agilidad tecnológica, de imágenes, de ruidos perceptuales, de grafitis, de lenguaje chat, y se sienten cómodos en una clase que ofrece dicha dinámica. No quiero exagerar en el sentido de convertir al docente en un payaso que debe entusiasmar a su público, ni de restar importancia a los necesarios momentos de pausa, reflexión y silencio que requiere toda pedagogía. Pero sí es necesario recalcar que un buen profesor debe estar atento a producir quiebres ante una exposición monótona y “dormitiva”. Debe saber mantener la atención y el entusiasmo, cosa que debería serle natural, si él mismo está encantado con la materia que enseña.
De poco sirve una vocación si su conocimiento se ha quedado en el siglo pasado. Un líder está siempre renovando sus conocimientos, busca estar en la punta de su disciplina, consume lectura de su especialidad, participa en seminarios y congresos.
Finalmente, el tercer aspecto tiene relación con saber tomar la temperatura de su clase, o saber oler su ambiente cuando la metodología que está empleando se comienza a agrietar entre caras fatigadas y miradas perdidas. Cambiar sobre la marcha, formar mesas redondas, o grupos de discusión. Así como el dinamismo del primer punto implica actitud, esta fase exige recursos didácticos.
Después de escuchar a Don Francisco me queda claro que él saca a relucir el fondo del buen docente, su vocación, su misión de vida. Pero no hay un buen fondo, si no le acompaña una buena forma, una buena estructura, y esta se la da el liderazgo pedagógico.
Es decir, en vez de titular este texto con la conjunción “o”, debería haber empleado la “y”.