domingo, 22 de abril de 2012

¿Vocación o liderazgo?

Jueves, Mayo 20th, 2010
Por Jessik Fuentes
El tema lo puso Don Francisco en su reciente visita a nuestra institución, con motivo de la ceremonia de inauguración del Año Académico de nuestra Facultad. Ante la pregunta si un buen profesor requiere tener liderazgo, el invitado respondió que, en su opinión, lo más importante de todo educador es la vocación. Su respuesta fue apoyada por un pintoresco relato sobre un maestro rural que recorría diariamente varios obstáculos para llegar a cumplir su abnegada labor.

La respuesta del comunicador me quedó rondando la cabeza, pues pienso que se trata de dos caras de una misma moneda, y que, en consecuencia, ambas se necesitan de forma mutua.
Cuando uno busca textos relativos a la vocación, y, en especial a la vocación docente, se encuentra con una larga reseña de inspiración romántica, en lenguaje casi poético. Por ejemplo, Ortega y Gasset la define así: “Esta llamada que a un tipo de vida sentimos, esta voz o grito imperativo que asciende de nuestro más radical fondo, es la vocación. En ella le es al hombre, no impuesto, sino propuesto, lo que tiene que hacer. Y la vida adquiere por ello, el carácter de la realización de un imperativo”. Otro bloguero escribe: “El ser maestro se lleva en la sangre, no cabe duda. La vocación se respira, se palpa, se siente. Da igual la materia…. lo que importa es el deseo que se tiene de que el “alumno” o “discípulo” aprenda. Así la paciencia brota automáticamente, pues cada segundo se recuerda que siempre hubo una primera vez, y siempre los comienzos necesitan de comprensión.
Es inevitable sentir ese calor en el pecho al ver que colaboramos con otro ser, otra persona, ver que crece, se anima y evoluciona. Ese calor en el pecho al saber que hemos colaborado en ese proceso “. Casi por arte de magia, aparece en mi mente el recuerdo de mis profesores de educación básica de la Escuela N° 88 de la localidad de Rosario Lo Solís, actualmente llamada Litueche, un pueblito enclavado en la cordillera de la costa, de la Sexta Región.
Tiene mucha razón Don Francisco, pues tener vocación implica varios compromisos. Primero, con los alumnos que necesitan la figura presente y paciente de su formador; luego, con su institución, que le brinda los recursos materiales para llevar adelante su tarea; y, finalmente, consigo mismo, al responder en coherencia con su íntima misión de vida.
Pero no lo es todo. Y aquí voy a dar vuelta la cara de la moneda. Es obvio que sin vocación, un docente no es sino un educador de papel, que pasa contenidos, cumple horarios y cobra sus honorarios profesionales. Pero un docente, por mucha vocación que tenga, por mucho calor en el pecho que sienta en el salón de clases, poco conseguirá si no reúne las condiciones que demanda un liderazgo pedagógico.
Dinamismo, conocimiento y variedad metodológica. Ese trío del liderazgo, en mi opinión, no puede estar ausente en un buen formador educativo.
La mayoría de nuestros alumnos precisan “encantarse” en el aula. Requieren de un profesor que cree una atmósfera de que ahí “algo está pasando” y que no es cualquier cosa. Ese algo es movido, es participativo, es cooperativo, es casi histriónico, es novedoso. En nuestros tiempos, los estudiantes se encuentran en un mundo de agilidad tecnológica, de imágenes, de ruidos perceptuales, de grafitis, de lenguaje chat, y se sienten cómodos en una clase que ofrece dicha dinámica. No quiero exagerar en el sentido de convertir al docente en un payaso que debe entusiasmar a su público, ni de restar importancia a los necesarios momentos de pausa, reflexión y silencio que requiere toda pedagogía. Pero sí es necesario recalcar que un buen profesor debe estar atento a producir quiebres ante una exposición monótona y “dormitiva”. Debe saber mantener la atención y el entusiasmo, cosa que debería serle natural, si él mismo está encantado con la materia que enseña.
De poco sirve una vocación si su conocimiento se ha quedado en el siglo pasado. Un líder está siempre renovando sus conocimientos, busca estar en la punta de su disciplina, consume lectura de su especialidad, participa en seminarios y congresos.
Finalmente, el tercer aspecto tiene relación con saber tomar la temperatura de su clase, o saber oler su ambiente cuando la metodología que está empleando se comienza a agrietar entre caras fatigadas y miradas perdidas. Cambiar sobre la marcha, formar mesas redondas, o grupos de discusión. Así como el dinamismo del primer punto implica actitud, esta fase exige recursos didácticos.
Después de escuchar a Don Francisco me queda claro que él saca a relucir el fondo del buen docente, su vocación, su misión de vida. Pero no hay un buen fondo, si no le acompaña una buena forma, una buena estructura, y esta se la da el liderazgo pedagógico.
Es decir, en vez de titular este texto con la conjunción “o”, debería haber empleado la “y”.

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